martes, 10 de noviembre de 2009

25 de octubre del 2009 - Destino Villa María - Flia. Rossi me espera

A las 11 reinicié mi viaje acompañado por el cielo encapotado que ayudó mi manejo, ya que filtraba los rayos de sol que podían molestarme a la vista. Luego de 20 minutos atravesando la ciudad de Rosario retomé la autopista 9, y no mucho más tarde, un seco y caliente viento proveniente del Norte comenzó a complicar mi travesía.
La marcha de 100 kilómetros por hora encontró su fin con la llegada del viento, y debí reducir la velocidad a 80, puesto que exigía mucho el motor del vehículo y además recibía sacudidas constantes que tornaban peligrosa e incontrolable a una velocidad elevada.
Antes de salir de la ciudad me había comunicado con Cecilia para avisarle que a las 13.30 estaría arribando a su casa para el asado, por lo que la familia Rossi esperaría mi llegada para esa hora, pero la demora provocada por el viento haría que la comida se secara un poco por la espera sobre el fuego.
Los casi 250 kilómetros que separaban ambas ciudades los realizaría mitad por autopista y mitad por ruta, ya que las obras de la nueva autovía Rosario-Córdoba aún no están finalizadas. Pero el tramo que está concluido fue un martirio para mi recorrido, ya que al estar elevada respecto de las tierras que la rodean, el viento no encontraba ningún obstáculo y golpeaba con todas sus fuerzas sobre el costado derecho de mi existencia y provocaba zigzagueantes recorridos de mi moto.
Parando una vez para rellenar el tanque de combustible y estirar las piernas, llegué a mi destino una hora más tarde de lo acordado, pero de todas formas recibí una cálida bienvenida de la familia que hace más de una década no veía. Un rico asado acompañado de mucho vino, con largas charlas y muchas risas para condimentarlo, fueron lo que llenó las horas hasta la aparición de mi “sobrino” Tomas. Un precioso angelito de 10 años, hijo de la hermana de un amigo que conozco desde que tengo uso de razón. ¿Cómo podría llamarlo sino sobrino?
Con la alegría del niño y los años sin vernos con la madre, el resto de la tarde pasó entre paseos, charlas y anécdotas mientras dejábamos descansar a Alberto, cada año más chinchudo pero siempre igual de bueno, y a Marta, siempre dispuesta a recibir a los amigos de sus hijos y darle todo el cariño que para ella merecen.
A la noche un corto paseo por el centro de la ciudad, seguido de una frugal cena en casa. Cuando todos se fueron a acostar nos quedamos con Alberto charlando en compañía del vino y el fernet. Varias horas hablando del viaje, de su querido hijo y de los planes que la vida nos permite organizar.
Con el corazón contento me fui a acostar bastante tarde con la idea de seguir el viaje la mañana siguiente, donde me esperaría el tramo más alucinante de todo el recorrido. A la mañana, casi llegando al mediodía, me esperaba el despertar con la compañía de Tomy y las recomendaciones de Alberto y Marta, quien esperaba recibir noticias mías cuando el viaje llegara a Merlo, su destino final.

lunes, 9 de noviembre de 2009

24 de octubre de 2009 - Inicio el viaje - Bs As a Rosario

Después de una noche de despedida con amigos, me levante al medio día (a las 12 para ser más preciso) y empecé a preparar las cosas para el viaje: armé el bolso, compré la bolsa de dormir y cargué todo a la moto. Puse en orden todas las cosas en casa para la semana de mi ausencia y a las 14.30 inicie el viaje.
Claro, levantarse tarde y hacer todas las cosas que no había hecho con tiempo no me permitió almorzar, así que en la primer parada a cargar combustible (la Shell de General Paz que está frente al parque Sarmiento) me compré unos sándwiches para llenar el estomago, ¡por lo que el viaje se inició tarde y con demoras!
200 kilómetros después, que los recorrí por la autopista 9, me detuve en una estación de servicio para recargar el tanque de la moto, tomar un café y descansar un poco. Ya eran casi las 17 y mi destino, Rosario, todavía estaba bastante lejos. Pero tranquilo y contento disfruté del descanso para seguir mi travesía.
En la autopista encontré dos motoqueros que iban a pescar a no sé donde, y viajé detrás de ellos un buen tramo hasta que pararon, supongo, a comer algo. Aproveché a seguirlos para no sentirme solo sobre el asfalto, y porque dicen que es más seguro viajar en caravana que en solitario.
A las 19 y con el sol escondiéndose en el horizonte, ingresé a la ciudad de Rosario, sin un mapa ni una referencia a donde tenía que dirigirme, pero contaba con la dirección de cinco hostels en donde podría pasar la noche. Así que preguntando un poco y guiándome por los carteles indicativos otro poco, encontré el primero de los hospedajes para conocerlo y ver su disponibilidad. En un rato recorrí todos los lugares que había buscado previamente y me quedé con el primero que había visitado. La elección fue bastante arbitraría, simplemente no escogía ninguno y estaba cerca de uno y ahí fui.
Muy cómicamente, cada vez que visitaba un hostel dejaba la moto con todo el equipaje estacionada en la puerta, y 5 minutos después regresaba a buscarla con un poco de miedo de no encontrar mis pertenencias. Con los días me iría acostumbrando a que nadie se sintiera atraído por mis cosas y fui ganando confianza para dejar la moto en cualquier lado.
En el hostel, a la noche, unos porteños festejaron el cumpleaños de uno de ellos y hubo una atractiva fiesta en la que todos estuvimos incluidos hasta que se fueron a un boliche pasadas las 23, cuando aproveche a bañarme y a descansar después de cuatro agotadoras horas de manejo.
Conocí un muchacho bastante particular, que había dejado todo en Buenos Aires y con 6000 pesos se había ido a vivir a Rosario, donde probaría suerte un par de meses. Llegó esa tarde, apenas unos minutos antes que yo y después de saludarlo la mañana siguiente nunca más supe nada de él.
Esa noche, dormí con intermitencias por los inquilinos que llegaban a cualquier hora, medio borrachos, medio desorientados, por lo que me levante a las 10, para desayunar y continuar mi viaje. La próxima parada era Villa María, donde me esperaba la familia Rossi para comer asado.